Las últimas cinco décadas han sido cruciales para el desarrollo de la ciencia en México como la conocemos. Con una organización de científicos concentrados en la Academia de la Investigación Científica, un cuerpo de doctores y masa crítica robusta agrupada en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e instituciones como la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), el país dio un siguiente paso con la creación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), en diciembre de 1970.
Haciendo un pase sobre esta historia reciente de la ciencia mexicana, José Franco, excoordinador del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, ofrece un panorama sobre sus puntos clave. Expresidente de la AMC, exdirector del Instituto de Astronomía y de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM, Franco ha visto el desarrollo de la ciencia nacional desde la perspectiva del estudiante becado fuera del país, como investigador nacional, administrador y actor cercano de la política y gobernanza del sector.
Las instituciones dedicadas a la ciencia en México son relativamente nuevas, señala en entrevista, y durante la primera mitad del siglo XX, uno de sus caballos de batalla más importantes ha sido la UNAM, en la que se gestaron los primeros grupos de investigación pequeños en áreas como la medicina, astronomía y ciencias de la Tierra, cuyo abolengo data de hace más de un siglo.
A finales de la década de los 50 y como antecedente, añade, un puñado de investigadores concentrados en la antes llamadas Torres de Ciencias (ahora Torre de Humanidades) en Ciudad Universitaria, donde se habían establecido los institutos de investigación, reflexionó sobre la importancia de formar una academia que conjuntara a los científicos que existían para entonces. Se llamó la Academia de la Investigación Científica.
Ese antecedente, refiere el astrónomo, permitió a los científicos del país conocerse, por un lado, pero además estructurar la creación del CONACyT. “Este momento marcó la etapa más relevante de la ciencia en México porque se definieron programas, entre ellos el más importante: el sistema de becas para que los estudiantes en nuestro país estudiaran en las mejores universidades del mundo; esto detonó el crecimiento de la planta académica en México”.
Para entonces, científicos del Instituto Politécnico Nacional, el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados, institutos nacionales de investigación y la UNAM, serían beneficiados de este proyecto. La mayor parte de los investigadores que se formaron después de la década de los 70 fue mediante una beca del CONACyT, apunta Franco, por lo que fue el instrumento fundamental para desarrollar las capacidades humanas científicas en el país.
Para Antonio Lazcano, investigador y profesor de la Facultad de Ciencias de la UNAM y miembro de El Colegio Nacional, la creación del CONACyT fue un momento esencial en la joven historia de la ciencia en el país. “Pero es además diferente y un caso atípico, comparado con otras dependencias", señala. Esto se debe a que la institución nació y creció de la mano de la comunidad científica y desde entonces, añade, ésta ha tenido una participación enorme en su estructuración, así como en las políticas que ha implementado.
“Esto solo es posible mediante un modelo de gobierno donde las personas, en este caso la comunidad científica, participan de forma importante. Sería deseable que otras instituciones tuvieran una participación similar por parte del sector social”, puntualiza el investigador del origen de la vida. “Al CONACyT no lo vemos como una propiedad privada, sino como un espacio donde la comunidad científica tenemos mucho que decir”.
Descentralización
Por otra parte, la década de los 60 y 70 fueron fundamentales para generar grupos de investigación pioneros y para tener una visión de largo plazo con recursos humanos altamente especializados, se desarrollaron centros de investigación y el Instituto de Astronomía de la UNAM decidió construir el Observatorio Astronómico Nacional en San Pedro Mártir, Baja California, donde en 1971 se instaló el primer telescopio que dio forma a la investigación en adelante.
Otro momento destacado de esta época, narra José Franco, fue la descentralización de la investigación científica. El Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE) fue creado por decreto presidencial el 11 de noviembre de 1971. Fue el primer centro CONACyT, ubicado en Tonantzintla, Puebla, que heredaba la tradición astronómica de Luis Enrique Erro y Guillermo Haro. Años después, un grupo de investigación de óptica del INAOE crearía otro centro CONACyT, el Centro de Investigaciones en Óptica, en Guanajuato.
Por otra parte, hace 45 años se fundó el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CICESE), en un entorno en el que se ayudaría de la presencia de la Escuela Superior de Ciencias Marinas de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) y con la cercanía del Instituto Scripps de Oceanografía, en San Diego, Estados Unidos.
Este Centro Público de Investigación es el más grande de todo el sistema y no solo es un referente de la investigación oceanográfica y costera del Pacífico mexicano, sino además de la biotecnología y ecología marina, acuicultura e innovación biomédica, entre otras.
“Incidimos regionalmente en muchas áreas, por ejemplo, iniciamos con oceanografía y física aplicada, así como en el desarrollo de instrumentación”, señala el director del CICESE, Silvio Marinone. “En el área de óptica, desde hace varios años nuestros grupos de investigación crecieron internamente y desarrollaron sus propias empresas, muchas de ellas pioneras en la industria de la óptica e instrumentación electrónica”.
Los Centros CONACyT no solo han permitido la descentralización de la ciencia del país, sino que además han sido muy importantes en el desarrollo social y económico de las regiones donde se ubican. Un ejemplo de ello, es el Centro de Investigación y Asistencia en Tecnología y Diseño de Jalisco (CIATEJ).
“Contar con este tipo de instituciones en el país contribuye al desarrollo de muchas pequeñas y medianas empresas, las cuales tienen varias limitaciones tecnológicas”, señala Francisco Pérez Martínez, investigador del centro de investigación. “Muchos Centros CONACyT han apoyado regionalmente a la industria para que obtengan mejores resultados, producción y exportación. Hemos generado un círculo virtuoso el cual repercute en la economía del país”.
Este tipo de instituciones ayudan al sector a generar empleos y productos con base en el conocimiento, “sobre todo en estos tiempos en que la carrera tecnológica va a velocidades vertiginosas”.
En todo este escenario, refiere Franco, la UNAM jugó un papel fundamental como institución madre de muchos Centros CONACyT. Permitió mejorar la descentralización del país, que inició aislada y a partir de grupos independientes, la cual tomó forma gracias al trabajo de la institución. “Desde entonces, se ha avanzado muchísimo, dio pauta a la generación de grupos de investigación en universidades, laboratorios nacionales, institutos y el día de hoy, un sistema bastante complejo y amplio, aunque insuficiente para el tamaño del país”.
Crisis y fuga de cerebros
No obstante, estos avances fueron frenados en alguna medida debido a la crisis económica de 1982, momento en el cual los salarios de los profesores e investigadores fue tan bajo que muchos de ellos decidieron migrar al extranjero, en una diáspora de fuga de cerebros que parecía no tener solución. Muchos investigadores becados en Estados Unidos y otros países, simplemente decidieron no regresar al país, que había invertido mucho en ellos, pero que no podía ofrecer un entorno laboral favorable.
Cuando José Franco regresó de realizar su estancia doctoral en Estados Unidos, en 1983, su salario como investigador del Instituto de Astronomía era casi la mitad de lo que obtenía como becario, relata. “Se volvió ridículo, es por eso que comenzó a haber una fuga importante de recursos humanos”.
Como subsecretario de Educación Superior e Investigación Científica de la Secretaría de Educación Pública, el físico Jorge Flores Valdés impulsó la creación del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) con el objetivo de frenar la fuga de cerebros y ofrecer una compensación económica que paliara y diera tiempo al país para retener y emplear a los investigadores nacionales.
El programa fue efectivo y es hasta hoy día una de las fuentes de ingreso más importantes de los científicos nacionales. Pero el SNI no solo mejoró los salarios de los investigadores, refiere José Franco, sino que además ha permitido obtener un mapa de éstos en todo el país, dónde realizan su investigación y en qué universidades.
El SNI —actualmente integrado por alrededor de 30 mil miembros— cumplió su misión en la década de los 80, sin embargo, el desarrollo de la ciencia en México y las medidas para mantenerla más allá de los laboratorios y centros de investigación requeriría de los recursos de un mundo donde la producción y desarrollo económico se reconfiguraba también.
Crecimiento marginal
El sistema científico ha crecido inercialmente, aunque de forma marginal, y gran parte del sector agrupado por las universidades y Centros de Investigación, CONACyT, AMC, Foro Consultivo, entre otros, están de acuerdo en que para su expansión se requieren más científicos, infraestructura y financiamiento para tal fin.
Franco señala que a la ciencia mexicana le urge esta expansión, tanto en recursos humanos como en infraestructura, puesto que el tamaño de la actual no corresponde a las necesidades, potencial, economía y número de habitantes que hay en el país. Si bien en su conjunto se han logrado avances importantes a lo largo de las últimas décadas, ha habido un estancamiento, el cual no solo se puede explicar por la falta de financiamiento público, sino por la falta de participación de la industria en éste. Ése ha sido el talón de Aquiles en México, dice, no obstante, muchos otros países han demostrado cómo se puede lograr esa transición hacia la sociedad y economía del conocimiento formando un vínculo entre academia, gobierno e industria.
Es por ello que se puede resumir que en México existe un grupo maduro que hace investigación, que realiza tecnología en menor medida y que lleva un casi nulo trabajo en generación de innovación. “La tecnología e innovación son áreas que en el resto de los países se desarrollan mediante la inversión de los sectores productivos, porque ellos tienen las necesidades de desarrollo tecnológico, de generar nuevos productos, procesos y servicios. Entonces, mientras no haya una inversión importante nos mantendremos rezagados, y tendrá un impacto negativo en el desarrollo de la economía, como en nuestra capacidad para atacar los problemas nacionales”, concluyó el doctor José Franco
Foto: Anayansin Inzunza.
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Isaac Torres